IX

Tenía conmigo, claro, un equipo de primeros auxilios; Conociendo el estado rudimentario de la medicina vorriana y sabiendo que las medicinas que a ellos daban resultado podían ser venenos para los terrestres, lo había reunido con cuidado antes de salir de mi planeta. Coloqué a mi mejilla un poco de polvo anticoagulante rápido para detener la hemorragia que goteaba sobre mis ropas, pero no me decidí a tapar la brecha con piel plástica. Que Shavarri viese la señal y se preguntase cómo me la habían causado.

Entonces me metí el trozo de papel con las instrucciones en el bolsillo y subí escaleras arriba hasta el serrallo.

¡Alguien había estado hablando!

Por regla general los miembros del servicio vorrianos me ignoraban, excepto unos cuantos como Swallo que podía tolerar a los terrestres sin odiarles hasta las entrañas como Dwerri o quedar ridículamente impresionado por ellos como Pwill. (Eso no me sorprendió antes. Habiendo estado personalmente, como un oficial muy joven en los deberes de guarnición en la Tierra antes que el Gran Dogal se aflojara, él nos había visto , como los seres más abyectos. ¡No era lógico para él que hubiese adquirido un sentido del aprecio hacia nosotros más tarde!).

Hoy los vorrianos no me ignoraron. En apariencia me esquivaban con toda deliberación. Los encontré camino del piso alto; apenas podían apartar de mí sus ojos cuando pasé por su lado.

¡Es sorprendente el cambio que pueden producir incidentes de pequeña importancia!

Shavarri parecía no haberse movido en absoluto desde que la vi por la mañana; estaba todavía recostada como lo estuvo antes, en una bata empolvada en oro para que hiciese juego con el color de sus ojos. Tenía la boca un poco contraída en las comisuras con una expresión decidida. En una mesita baja como un taburete, al alcance de la mano, estaba la latita que yo traje de casa de Kramer. La habían destapado. El contenido era una especie de pasta granular, seca, espesa, grisácea.

La misma doncella que estuvo esperándome a la puerta de mi habitación a mi regreso de la ciudad estaba abanicando a Shavarri con un gran abanico hecho con plumas negras. Me dirigió una mirada nerviosa y siguió con su abaniqueo más vigorosamente que antes.

Shavarri me miró fríamente. Sostuve su mirada con tanta energía como pude.

—Has tardado tiempo —dijo por último.

Me incliné.

—Nada más regresar Pwill En Persona envió por mi —contesté—. Como vuestra señoría podrá comprobar, eso me retrasó.

—¡Y te has atrevido a pedir un platino como derechos por explicarme el funcionamiento de estos... de esto que me has traído!

La doncella carraspeó audiblemente. Shavarri se volvió hacia ella y agitó una mano irritada.

—¡Déjanos en paz! —ordenó y la chica se fue contenta y satisfecha.

—El coste de la lata que tenéis vos era de cinco platinos —dije con educación cuando se hubo cerrado otra vez la puerta.

—¡Lo sabía! —respondió con impaciencia—. Cosra me lo dijo... te di lo que era necesario.

Cosra. El nombre me sonó como una campana. Una de las esposas de Shugurra En Persona, cabeza de la casa de Shugurra a la otra parte del valle y el individuo más poderoso en Qalavarra; el rival de Pwill apenas se dignaría ir a la ciudad. ¡Pero era realmente interesante!

Escondí mi alegría. Inclinándome de nuevo dije:

—Quizás el complacer a su señoría marca una diferencia entre un pequeño servicio cotidiano y uno como este. En mi camino al Acre, un pelotón de soldados en período de instrucción decidieron utilizarme como blanco viviente, disparándome balas de magnesio Una de ellas me hizo un agujero en la capa.

—Comprendo —me estudió pensativa—. Y tú evalúas tu vida, que así has arriesgado, en un platino. Eso concuerda perfectamente con mi propia estimación del valor de la vida terrestre. ¡Así soy!

Tomó una moneda brillante de la misma mesa en donde estaba la lata abierta y me la arrojó. La cogí en el aire con una mano y me la embolsillé.

Sus ojos ligeros siguieron el movimiento y deduje por qué estaba turbada, pero nada dijo. Al cabo de un momento, se sentó en las pieles de su diván me hizo un gesto para que me sentase en una silla cerca de ella.

—No esperaba que fueses capaz de venir hasta aqui —dijo—. Sin embargo te mueves con toda libertad, a pesar de que Dwerri te ha marcado con su látigo.

—¡Ah... Dwerri! —asentí y me llevé el dedo a la mejilla—. ¡Oh, sí!

—¿Entonces no te dio latigazos? —me espetó casi con violencia.

—Dwerri, con toda su pose de autoridad» es un sirviente con alma de sirviente... con falta de espíritu, quiero decir. El... Cambió de idea, ¿podemos decirlo así? Las capacidades de los terrestres le impresionaron demasiado. Después de todo, como su Sub-señoría sabe bien —y asentí con un gesto de la cabeza señalando la lata de filtro—, no carecemos de habilidades.

—¿Te compraste una copa de valor artificial, camarero, en casa del mago del Acre? —dijo Shavarri burlona—. Al oirte hablar, una pensaría que eres otro hombre distinto al habitual.

Con toda certeza era perspicaz. Me pregunté cómo la había subestimado todo el tiempo desde que llegué allí. Encogiéndome de hombros, respondí:

—Un terrestre en el negocio de otro terrestre es distinta persona de un terrestre dedicado a tareas insignificantes.

—¿Te gustaría repetir lo que has dicho a mi superior y hermana esposa Llaq?

—Creo, Sub-dama, que ella ya lo sabe.

Shavarri sonrió de manera inesperada.

—En otras palabras, tiene pánico por el cabezota de su hijo y su comportamiento que le han hecho volver hacia tí en busca de ayuda. Bueno, yo se lo aconsejé cuando ocurrió lo primero y se supo... pero era natural, supongo, para ella, esperar hasta el último instante.

—¿Puedo preguntar por qué su Sub-seño- ría dio tal consejo?

—¡Descarado más que descarado! No puedes preguntarlo. Descúbrelo por tí mismo. Tienes mi permiso para irte.

Me dejó sorprendido. Saqué del bolsillo el papel con las instrucciones y me aventuré a decir:

—Pero... el filtro, Sub-señoría. ¿Y su modo de usarlo?

—Ya lo sé, camarero. Con toda claridad pude ver sólo una persona con quien tal droga dé resultado. Debo hacer que el sujeto escuche de buena gana lo que se le diga y; debo inflamar su mente con besos apasionados. Oh, si, camarero —añadió rápidamente—. Estaba segura de que le preguntarías al vendedor qué es lo que me traías y no dudo que has averiguado ya para qué lo quiero. “ Eso” era por qué te he pagado un platino de más. Por tu discreción. No porque me leas las instrucciones. Ya las conozco... hay que poner tanta cantidad como para cubrir la punta del pulgar, cinco o diez veces a la puesta del sol en la comida o en la bebida -—se echó a reir; nunca he logrado acostumbrarme a las risas vorrianas, un sonido alto que termina en un gruñido salvaje.

Me puse en pie, un poco perdido.

—Su Sub-señoría es una persona de notable talento e imaginación —dije con sinceridad—. La capacidad de intrigar es un talento» que los terrestres olvidamos.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! —jugueteó con los dedos en la lata sobre la mesita—. De otro modo vosotros no os hubiéseis buscado aliados tan extraordinarios.

Su risa todavía estaba en mi recuerdo cuando regresé a mi habitación. Aquella mujer iba a ser difícil de manejar, pensé... probablemente más difícil que Llaq y Pwill juntos, ahora que se había revelado a sí misma como intrigante de primera categoría.

Pero no había hecho muchos progresos con mi nueva línea de acción antes de que llegase de nuevo a mi habitación y encontrase que la puerta estaba entreabierta. Podía haber sido que Dwerri hubiese cambiado de idea, encontrase ocasión de volver y regresase para esperarme; iría con precaución por el borde de la puerta antes de entrar.

Las botas que se mostraban detrás de mi único sillón me dijeron que mi deducción era equivocada. Mi huésped ininvitado era el Heredero Aparente Pwill. Parecía en mal estado, lo vi tan pronto cerré tras de mí la puerta en silencio. Tenía el rostro enrojecido, con el mismo ceño que advertí poco antes, pero seguía mordiéndose el labio inferior con un típico gesto vorriano de nerviosismo y tenía las manos bien hundidas en los bolsillos de los pantalones para impedir que temblaran.

Debió haber llegado tan pronto me marché a ver a Shavarri, porque tuvo tiempo de registrar la habitación, revolviendo en particular las provisiones que tenía almacenadas, sin duda, en busca de café. Al no encontrar nada de tal líquido, se dejó caer en la silla y esperó mi regreso. Junto a él, sobre la mesa, había una desparramada colección de monedas. Traté de no mirar a las monedas mientras me incliné ante él.

Alzando la cabeza, me dirigió una mirada brillante. Allá en los días en que fui su tutor de la Tierra, había sido hostil para mí por dos razones: primero, porque yo tenía que supervisar todas sus acciones y él detestaba a cualquiera que tuviese poder para mandarle, y segundo, porque yo era un terrestre y un miembro de una raza derrotada. Yo jamás logré aprender a odiarle, porque a la edad de quince años él era un jovenzuelo tonto, como cualquier adolescente terrestre pudiera ser, y porque era mucho menos brillante e inteligente que cualquiera de sus padres. Yo siempre estuve convencido particularmente de que Pwill y Llaq iban a ver fracasadas sus esperanzas.

Sin embargo, sería mejor, probablemente, para la Tierra que él alcanzase su herencia y luego enredase las cosas, mejor que fuera desposeído de la manera tradicional y reemplazado por uno de sus más brillantes hermanastros. Había cinco de ellos con quienes contar; los cinco estaban en el equivalente vorriano de las academias militares en donde fueron enviados cuando Pwill En Persona partió para la Tierra.

Ya no quedaba nada de aquel joven inocente, sin embargo; a los veinte años, Pwill era un muchacho odioso.

—¡No te quedes ahí fanfarroneando! —ladró de repente.

Le dirigí una mirada inquisitiva.

—¡Ya sabes lo que quiero decir! ¿Por qué en nombre de los siete dioses no tienes café?

—Es caro, incluso en la Tierra. Y habría sido un bulto enorme traer conmigo un suministro de café.

—¡Pues en el Acre lo tienen!

—Quizás —traté de recordar lo que supe en mi patria acerca de los envíos de mercancías a la gente del Acre—. Se les permite, recordé con precisión, una carga al mes de cosas necesarias. Puede que el café se incluya a veces en alguno de los envíos; era una explicación que pude pensar, a pesar de que me preguntaba por qué se enviaría el café cuando de más necesidad eran dietas suplementarias, vitaminas, antihistamínicos, antibióticos y otras medicinas.

Bruscamente Pwill se puso en pie y comenzó a pasear arriba y abajo, sin mirarme.

—Habiendo salvado hoy tu vida —dije—, necesito que me consigas un suministro nuevo de café.

—Con respeto —dije—, ¿salvado mi vida...?

—¡Claro! —sus ojos me miraron relampagueantes y luego volvió a bajar la vista—. ¿No crees que mi padre te habría matado, cortándote la cabeza, si yo hubiese hecho lo que te merecías diciendo que la culpa era tuya y que tú me enseñaste a beber café?

Probablemente sí. Me estremecí. En la actualidad, que yo supiese jamás intenté hacer que a Pwill le gustase ninguna bebida o comida terrestres; eso quedaba fuera de mis alcances. En cualquier caso no le habría gustado, por principios. Las cosas de la Tierra, según su modo dogmático de pensar, eran propias para los terrestres y no para los vorrianos superiores. /

—¿Por qué no lo hice entonces? —prosiguió—. Porque tú eres un terrestre; puedes entrar y salir en el Acre. Y vas a hacerlo. Ofrezca lo que te ofrezca mi padre para comprar tu cooperación y la de tus amigos los ladrones del Acre, yo lo superaré. Sé que estoy haciendo una estupidez. ¡Sé que tendrás la oportunidad de entregarme, o cualquier cosa! ¡Pero nada, ni siquiera la muerte, podría ser peor que... esto!

Sacó las manos de los bolsillos y me las extendió hacia mí. Temblaban. Cada vez le temblaban de forma diferente a la de su vecina, como si la coordinación muscular hubiese desaparecido por completo. Por encima de las muñecas, los músculos estaban anulados con la tensión mientras forcejeaba por mantener las manos quietas y no lo lograba. El sudor le perlaba la frente cayendo por su rostro; sus labios estaban pálidos del esfuerzo.

—¡Eso! —gritó por último—. No sé de qué diabólica semilla preparáis la droga. Pero sin ella mi cuerpo es un despojo. No puedo dormir, no puedo comer, no puedo mover la frente, ni coger un arco, ni lanzar un arpón. ¡Ni tomar a una mujer! ¡Ahí sobre la mesa, hijo de Buey, encontrarás diez platinos, lo bastante para dos puñados de granos de café! ¡Tráeme eso mañana! ¿comprendes?, o entonces...

Sacó un cuchillo de la funda que pendía de su cinturón y me presentó hacia mí la punta, brillante y mortal, a pocos centímetros de mi rostro.

Un momento y la punta comenzó a agitarse y a oscilar de lado a lado. Al principio luchó por controlarla; luego, con un gruñido de animal, de profunda desesperación, dejó caer el brazo a un lado y salió apresuradamente de la habitación.